¿Recuerdas, Atenea, cuando éramos dioses, cuando éramos inmortales?
Podíamos hacer lo que deseáramos: volar hasta la estrella más lejana del universo, sumergirnos en el mar más profundo, escalar la montaña más alta… Ser lo que quisiéramos ser, sumergirnos en los sueños y no salir hasta que decidiéramos, transformarnos en cualquier objeto, cosa o persona sin importar lo que sucediese, viajar hasta los confines y experimentarlo todo…
Creer que todo era posible, que todo lo podíamos hacer realidad...
Éramos inmortales.
Éramos dioses.
Pero ahora… ahora sólo somos simples mortales. Con pies firmemente amarrados al suelo, con el mismo cielo sobre nuestras cabezas todo el tiempo, con cadenas invisibles que nos atrapan y condenan a esta existencia monótona y gris, lejos de los colores de la inocencia, lejos de todo lo que una vez conocimos, lejos de nuestros sueños, lejos de lo que una vez fuimos...
Nos convertimos en simples seres humanos con sus miedos e inseguridades ante el futuro incierto y desconocido, sin recordar que uno mismo puede construirlo como y cuando quiera.
Nos convertimos en lo que somos ahora.
Nos convertimos en adultos.
¿Recuerdas, Atenea, cuando éramos dioses, cuando éramos niños?
miércoles, 7 de noviembre de 2007
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