miércoles, 20 de febrero de 2008

(Auto)Retrato poético


Mujer de ojos limpios y alma sincera,
mirada alegre y sonrisa eterna.

Con vitalidad siempre te levantas
da igual lo que te suceda,
ya sea alegría o tristeza,
ya sea gozo o pena.

En las profundidades del mar se pierden
los que mirarte a los ojos se atreven
porque tienen el color del cielo
y la profundidad del océano.

Las perlas de tu boca brillan
como luces en la oscuridad,
faros que embrujan
incluso al más creyente.

Manos que no acarician,
manos que se deslizan,
tan suaves y sedosas
que no parecen de esta tierra.

Aroma dulce que vas dejando,
como migajas de pan,
el camino van marcando
Muchos se preguntan a tu paso
¿fue un ángel acaso?

Por muchos lugares has pasado,
en todos te han recordado,
no por tu aspecto,
de eso no se han acordado,
sino por tu presencia,
que todo parecía llenarlo:
has dejado un recuerdo imborrable,
perdurable en el tiempo

Muchos te lo han dicho,
muchos te lo han reconocido,
aunque no se acuerden de tu rostro,
tu recuerdo ha permanecido:
tus manos, además de mágicas,
han sido amigas.
Sonrisa que permanece,
aunque todo parezca perdido.

Así eres tú, mujer joven,
Así es como yo te describo.


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miércoles, 13 de febrero de 2008

Melodía de amor


Un buen amigo de ambos fue la clave del principio. Sin saberlo, él empezó nuestra composición de amor. Ella y yo éramos notas solitarias, perdidas en cualquier lugar del espacio, sin lugar propio, sin sonido excepto el propio, hasta que, por él, por nuestro amigo común, nuestra clave de sol, empezamos a cantar al unísono en una partitura común. Yo era “mi”, ella era “la”, juntos una canción.
Al principio daba igual el instrumento que tocara, sonábamos perfectos juntos. Melodía armoniosa y sencilla, en una palabra, perfecta. No nos separábamos ni siquiera cuando el compás, aparentemente, era diferente, o cuando el acorde parecía cambiar de repente. Juntos permanecíamos, juntos como una sola nota, indistinguibles uno del otro.
Pero, un día de repente, ella empezó a distanciarse, se empezó a juntar a veces con el “si”, tan lejano de mí pero más cerca de ella. Y empezó a transformarse. De dibujarnos al unísono ahora había disonancias. Ella era cuarta, sexta, mientras yo permanecía en segunda. Las ligaduras que nos unían se convirtieron en intervalos de silencios cada vez más extensos, creándose compás entre nosotros, largos tiempos de vacíos. Barras que se empezaron a interponer entre nosotros, alejándonos unos del otro.
Yo empecé a verla lejos, tan lejos que casi ni la oía: de ser una sencilla “la”, se convirtió en “la sostenida”, lejos, muy lejos, de nuestra melodía inicial, lejos, muy lejos, de las pautas de la partitura.
Y, al final, yo continué siendo negra, ella, en el último compás se trasformó en blanca. Ya éramos totalmente diferentes del principio. Nuestra canción se terminaba. Los dos supimos de pronto que la duración de nuestra canción ya llegaba a su cuenta atrás y no había tiempo para ningún acorde imposible.
Do, re, mi… nuestra partitura acabó…
Fa, sol, la, si… llegó al FIN.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Historias


Hay historias que eliges
y hay historias que te eligen