
Se encontraba de pie, exhausta, cansada y agotada, frente a la chimenea.
Acababa de llegar a esa habitación, escapándose de la prisión donde le habían encerrado.
Todos sus esfuerzos habían ido encaminados a escapar de la casa, en salir de allí, pero lo único que había encontrado había sido ese lugar, ahora sólo esperaba un milagro, pues sentía que la perseguían sin cesar.
El fuego chisporroteaba en un baile cuya música sólo parecía oír él: las llamas subían y bajaban, jugaban a extinguirse al tocar la roca o se desvanecían al segundo de nacer… Una danza extraña y, a la vez, atrayente para los ojos: nunca te podrías cansar de mirarla.
Y ahí estaba, mirando el vivo fuego, el baile que este ejecutaba frente a ella… dejaba vagar sus pensamientos en su mente cansada, buscaba la solución que no encontraba.
Miraba sin ver, observaba las llamas que seguían sin detenerse en su baile sin fin, que continuaban con su viaje incesante de nacer y morir, y volver a nacer para morir…
Escuchó el silencio que le rodeaba, sólo roto por su débil respiración, y por el chisporroteo del fuego.
Nada más.
Y, en ese instante, cuando una lengua de fuego se elevaba sobre las demás, el ruido furioso de la puerta al abrirse se escuchó en la habitación.
Ya no había salida.
No tenía escapatoria.