¿Por qué?, me preguntaste, apoyándote en el borde del cristal. Y yo no te respondí. Seguí fingiendo que no te veía. Que no estabas ahí. Que no me mirabas con aquellos ojos suplicantes y las manos llenas de sangre. El cabello alborotado y las ropas hechas pedazos, mostrando manchas amarillentas junto con los nuevos moratones.
¿Por qué?, volviste a repetir, sin que tu voz encontrase destino. Sin paredes que devolviesen el eco. Encerrada como estabas, cualquier intento de pedir ayuda era en vano. Nadie te escucharía. Nadie llegaría a tiempo.
Yo sólo sonreí. Y me apoyé en la pared. Dejé resbalar mi espalda por los azulejos del baño. Tú fuiste cayendo conmigo. Desapareciendo del espejo.
¿Por qué? Porque no quería seguir sufriendo.
Cerré los ojos, dejé que la sangre siguiera saliendo de mis venas y ambas nos abrazamos a la oscuridad.
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